¿De qué color es el agua que consumes?
Un estudio del Banco Mundial revela cómo una combinación de bacterias, aguas residuales, productos químicos y plásticos puede absorber el oxígeno de las fuentes de agua y transformarlas en veneno para las personas y los ecosistemas.
Por María José González Rivas
Abres el grifo en tu casa para llenar un vaso de agua. ¿De qué color es? ¿Confías en que el líquido, aunque transparente, es limpio? Puede que el agua que consumas luzca segura, pero detrás puede haber una serie de peligros de los que no estás alerta.
El problema del estrés hídrico, es decir, la cada vez menos disponibilidad de agua dulce para consumo, es lo que actualmente acapara la atención global. Sin embargo, existe otro aspecto de vital importancia al que se le prestan menos consideraciones: la calidad del agua.
¿Pero sabías que cada año ingresan al ambiente unos 1.000 nuevos químicos? ¿Que el 80% de las aguas servidas se devuelven sin tratar y que entre el 30 y el 50% del nitrógeno que se aplica a los suelos se filtra a los ríos y el aire, sofocando la vida acuática y contaminando las aguas?
Y esto no es un problema solo de los países y regiones más pobres del planeta.
Este es el enfoque de un nuevo estudio del Banco Mundial «Calidad desconocida: la crisis invisible del agua» (en inglés), que muestra con nuevos datos y métodos, de qué modo una combinación de bacterias, aguas residuales, productos químicos y material plástico puede absorber el oxígeno de las fuentes de agua y transformarlas en veneno para las personas y los ecosistemas.
Nitrógeno, veneno invisible
El estudio del Banco Mundial menciona varios factores que afectan la calidad del agua. Empecemos por el nitrógeno. Este elemento, al utilizarse como fertilizante agrícola, termina eventualmente en ríos, lagos y océanos, donde se transforma en nitratos.
Según los expertos, la exposición temprana a los nitratos afecta el crecimiento y desarrollo cerebral de los niños, lo que tendrá efectos en su salud y repercusiones en su potencial al llegar a adultos. De hecho, se ha comprobado que durante el último medio siglo, la exposición a los nitratos en algunas regiones ha influido en gran parte en la altura de los chicos.
«Si bien cada kilogramo adicional de fertilizante nitrogenado aumenta los rendimientos agrícolas hasta en un 5%, el escurrimiento y la descarga en el agua pueden aumentar las tasas de retraso del crecimiento de los niños en un 19% y reducir sus ingresos en la edad adulta hasta en un 2%, en comparación con aquellos que no están expuestos», señala el informe.
Más sal en el agua, menos comida para el mundo
En el informe también se señala que el rendimiento agrícola cae a medida que aumenta la salinidad de las aguas y los suelos como consecuencia de sequías más intensas, marejadas ciclónicas, incremento de las extracciones de agua y sistemas de riego mal gestionados. Debido a la salinidad de las aguas, en el mundo se pierde cada año una cantidad de alimentos suficiente para abastecer a 170 millones de personas todos los días, es decir, a las poblaciones de Argentina y México juntas.
En América Latina, la salinidad se concentra en regiones áridas del norte y centro de México y el cono sur de Sudamérica. Se estima que la salinidad causa pérdidas de producción de alimentos en el centro de México y el este de Argentina, particularmente en las tierras bajas fértiles de las provincias de Buenos Aires, La Pampa y Córdoba.
En Brasil, por ejemplo, se observa que la exposición a una variedad de indicadores de calidad del agua (bacterias fecales, conductividad y derivados del nitrógeno) tiene un impacto acumulativo en la salud, lo que ha llevado a un aumento del 14% en las tasas de hospitalización de niños solo en el estado de São Paulo, revela el informe.
Pero además de la salinidad, hay otros contaminantes que están emergiendo en las aguas del mundo y cuyo impacto aún se desconoce. Sin embargo, lo que sí es cierto es que pueden exacerbar los problemas que ya existen en cuanto a la calidad del agua.
Dos de ellos son los microplásticos y los productos farmacéuticos, los cuales carecen de soluciones inmediatas u obvias. Si bien ambos tienen una utilidad incalculable, los subproductos no deseados tienen consecuencias generalizadas y difíciles de contener. Ya sabemos que las bolsas de plásticos y otros derivados, así como materiales poliméricos son omnipresentes en todo el mundo.
Según el informe, si bien existe incertidumbre sobre el alcance del problema, recientes estudios han detectado estos materiales en el 80% de las fuentes mundiales de agua dulce, en el 81% de las aguas municipales e incluso en el 93% del agua embotellada.
«La eliminación de plásticos, una vez en el agua, es difícil y costosa. Aunque existe una creciente preocupación de que ingerir microplásticos y nanoplásticos es perjudicial para la salud humana, aún no hay información suficiente de hasta donde es el umbral seguro», dice el estudio. Agrega que las campañas voluntarias para reducir, reutilizar y reciclar el plástico, aunque son cada vez más populares, no tienen el impacto necesario, a no ser que se conjuguen con regulaciones e incentivos.
El costo para el planeta
Dada la variedad de contaminantes, ¿es posible determinar el costo económico total que la mala calidad del agua tiene en la actividad económica? La cantidad de contaminantes, la complejidad de medir sus concentraciones y la incertidumbre de los impactos dejan esa pregunta sin respuesta.
Sin embargo, es posible proporcionar una indicación de la relación entre la calidad del agua aguas arriba y la actividad económica aguas abajo utilizando una serie de conjuntos de datos de actividad económica (PIB), calidad del agua y otros parámetros relevantes recientemente desglosados espacialmente.
Según revela el estudio, cuando la demanda biológica de oxígeno —medida que muestra la contaminación orgánica registrada en el agua e indicador indirecto de la calidad general de esta— supera determinado umbral, el crecimiento del PIB de las regiones ubicadas en la parte inferior de las cuencas experimenta caídas de hasta un tercio debido a los efectos sobre la salud, la agricultura y los ecosistemas.
Así que, el primer paso para abordar el desafío de la calidad del agua es reconocer su magnitud. El estudio plantea varias recomendaciones:
- Recopilar y compartir información confiable, precisa y completa que ayude a generar conocimientos, permita tomar decisiones probadas y que impulse a la gente a tomar acciones.
- Aprovechar los avances tecnológicos para la medición y el monitoreo que ayuden a la recopilación de datos en las diversas instancias.
- Si bien la luz solar puede ser el mejor desinfectante, crear leyes apropiadas e implementarlas también es clave para limpiar las vías fluviales contaminadas del mundo. La información y la transparencia deben combinarse con regulaciones bien diseñadas, aplicadas de manera efectiva y escrupulosamente para que las empresas y las personas se adhieran a las pautas de calidad del agua. Por ejemplo, los contratos inteligentes (reglas escritas en código de computadora incrustadas en una cadena de bloques que se ejecutan automáticamente cuando se cumplen las condiciones) podrían usarse para exigir el pago de los contaminadores.
- Asimismo, hay que establecer políticas del uso de la tierra para preservar los bosques, los humedales y la biomasa, los cuales son clave para proteger las fuentes de agua. La planificación espacial inteligente de estas políticas en torno a los recursos hídricos críticos puede maximizar su efectividad.
- Invertir en lo que funciona. La contaminación que no se puede prevenir debe ser tratada. El tratamiento de aguas residuales tiene un papel vital que desempeñar: es crucial para la salud, la seguridad alimentaria y la economía de un país. Por ello las inversiones en el tratamiento de aguas residuales son un anticipo para un futuro más limpio y deben ir acompañadas de estructuras de incentivos que supervisen el rendimiento, penalicen el despilfarro y recompensen el éxito.
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