‘Es demasiado’: el aprendizaje a distancia está llevando a los padres al límite

Para Casey Schaeffer y Daniel Levin ha sido un desafío gestionar la escolarización de sus hijos, Ramona y Linus.

Para los adultos en la casa, tratar de hacer su propio trabajo mientras ayudan a los niños con sus tareas se ha convertido en uno de los mayores desafíos de la pandemia.

Por Elizabeth A. Harris

El hijo de Daniel Levin, Linus, tenía que haber estado estudiando matemáticas. En lugar de eso, fingió darse una ducha en la sala, frotando una goma para borrar en sus axilas como si se tratara de una barra de jabón, lo cual molestó a su hermana de 5 años y la distrajo de sus tareas de colorear.

Sin importar sus esfuerzos, Levin, quien vive en Brooklyn, Nueva York, no logró que Linus terminara sus ejercicios de matemáticas. Tampoco esperaba mucho de la tarea de lectura.

“Debe trazar todo un marco de personalidad para un personaje hoy”, contó Levin un día la semana pasada. “Sinceramente, si escribe el nombre y la edad, lo consideraré una victoria”.

Un triunfo: Linus Levin, de siete años, y Ramona Levin, de cinco años, hacen las tareas de matemáticas en sus iPads.

 

El hijo de Ciarra Kohn que estudia tercer grado usa cinco aplicaciones distintas para la escuela. La maestra de su hijo de 4 años envía la planeación de las clases, pero Kohn no tiene tiempo de hacerlas.

Su hijo mayor, que cursa el sexto año, lleva ocho materias y tiene ocho profesores; cada uno tiene su propio método. En ocasiones, cuando Kohn toma una clase con él, le pregunta si comprendió todo… porque ella no.

“Yo asumo que no entendiste, pero quizá sí”, dijo Kohn, de Bloomington, Illinois, refiriéndose a su hijo. “Luego nos enfrascamos en una discusión como: ‘¡No, mamá! ¡La profesora no se refería a eso, sino a esto!’”.

El compromiso de los padres siempre ha sido fundamental para los logros académicos de los estudiantes, tanto como cuán numeroso es un salón, el plan de estudios y la calidad de los docentes. Eso jamás había sido tan relevante como ahora y, en todo el país, las madres y los padres, obligados a prestar este servicio de emergencia, están descubriendo que es una de las partes más exasperantes de la pandemia.

Con los maestros relegados a las pantallas de las computadoras, los padres tienen que actuar como ayudantes de los maestros, monitores de pasillo, consejeros y personal de la cafetería, todo ello mientras intentan cumplir con su propio trabajo en circunstancias extraordinarias. Los trabajadores esenciales quizás son los que se encuentran en la situación más difícil, en especial si están fuera de casa durante el horario escolar, dejando solo a uno de los padres en casa, o a nadie, cuando los estudiantes más los necesitan.

Los niños de preescolar necesitan ayuda para usar la plataforma de Zoom. Los de primero de secundaria necesitan ayuda con el álgebra, que papá usó por última vez por allá de 1992. “La escuela” a menudo termina a la hora del almuerzo, dejando a los padres desde Long Island hasta Dallas y Los Ángeles haciéndose la misma pregunta: ¿Seré muy mal padre si mi hijo juega Fortnite durante las próximas ocho horas?

Yarlin Matos del Bronx, Nueva York, cuyo esposo sigue trabajando como gerente en un McDonald’s, tiene siete hijos, de 3 a 13 años, que debe mantener al corriente. Matos gastó parte de su estímulo económico en cinco tabletas de Amazon Fire porque los dispositivos prometidos por el Departamento de Educación de la ciudad no habían llegado.

Matos, estudiante de psicología en el Bronx Community College, dijo que debe quedarse despierta hasta tarde, a veces hasta las 3 de la mañana, tratando de cumplir con su propio trabajo.

“Tuve un punto de quiebre en el que tuve que encerrarme en el baño y llorar”, dijo. “Es demasiado”.

Laura Landgreen, una profesora en Denver, siempre pensó que era extraño que enviara a la escuela a sus dos hijos, Callam Hugo, de cuatro años, y Lando Hugo, de siete años, en lugar de educarlos en casa.

Ya no lo encuentra extraño. “Mi hijo de primer grado y yo nos mataríamos”, dijo. “Está bien en la escuela, pero aquí hace un berrinche cada tres segundos”.

“Necesito enseñarle a otros niños”.

Un rincón del hogar de Laura Landgreen, en Denver, es ahora un salón de clases. Landgreen, quien es profesora, dice que puede ser más fácil enseñar a un aula llena de niños que a sus propios hijos.

Existe una preocupación generalizada de que incluso con el aprendizaje a distancia, muchos estudiantes volverán a la escuela más atrasados de lo que habrían estado si hubiesen cursado clases presenciales. (El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, afirmó el 27 de abril que los gobernadores deberían considerar la reapertura de las escuelas antes del final del año escolar). Los maestros tuvieron poco tiempo para prepararse para el aprendizaje a distancia, y muchos niños tuvieron un acceso a las computadoras inadecuado o nulo.

Para los estudiantes que no cuentan con la orientación de sus padres, las consecuencias podrían ser aún peores.

Ronda McIntyre, maestra de quinto grado en Columbus (Ohio), afirmó que, de sus 25 alumnos, solo seis participaban de manera habitual, por lo general aquellos cuyos padres ya tenían una comunicación regular con su maestro.

Otras familias se han acercado a McIntyre para decirle que están demasiado abrumadas con su propio trabajo para ayudar con las lecciones en casa, y algunas le han dicho que lo están intentando pero que sus hijos no quieren cooperar.

“Se frustra cada vez que empezamos”, escribió una madre en un correo electrónico la semana pasada, “y luego yo me molesto, ella se molesta y todo suele terminar conmigo diciendo que deberíamos tomarnos un descanso y después el ciclo se repite”. Por lo general, cuando todo está dicho y hecho, una termina llorando, o las dos, y el trabajo queda inconcluso”.

Incluso los padres que afirman tener hogares disciplinados dicen que les preocupa lo que significará para sus hijos estar alejados de las aulas durante meses. También les resulta difícil aceptar que la escuela se haya reducido a las clases de 25 minutos por Zoom o las lecciones enviadas por correo electrónico.

El tuit del momento lo publicó Sarah Parcak, arqueóloga de la Universidad de Alabama en Birmingham.

“Le dije a la profesora (encantadora, amable y bondadosa) de nuestro hijo que no participaríamos en su ‘aula virtual’ y que mi hijo había concluido el primer grado”, escribió en Twitter a principios de abril. “No podemos hacerle frente a esta locura. La supervivencia y la protección de su bienestar son la prioridad”.

 Su publicación produjo miles de respuestas en Twitter y Facebook.

“En cuanto a la reacción en línea diría que, en Twitter, probablemente el 95 por ciento de las reacciones ha sido positiva”, dijo en una entrevista. En Facebook, que tiene mayor popularidad entre la generación previa a los milénials, la reacción fue más heterogénea. Muchos elogiaron su decisión, mientras que otros la criticaron por desestimar el arduo trabajo de los profesores y por perjudicar a su hijo.

“En Facebook, la guerra de las mamás ha llegado”, dijo, “y yo soy la montañesa que está dispuesta a morir por los ataques de ambos lados”.

Los expertos en docencia aconsejan que establecer un horario puede ayudar a los niños a equiparar la situación actual con la escuela, así como tener claro cuándo es hora de trabajar y cuándo es hora de jugar, con ayuda de un temporizador, por ejemplo, para establecer cuándo están en “la escuela”. La creación de un espacio dedicado al trabajo también puede ser útil.

Los padres deben tomarlo con calma en los días en que las cosas no salen según lo planeado.

“¿Tus hijos se están matando entre sí, o ya mataste a tu hijo?”, preguntó Kathryn Hirsh-Pasek, investigadora en docencia y miembro sénior de la Institución Brookings. “¿Están comiendo algo más o menos sano entre el chocolate y el azúcar? Si la respuesta es sí, date un respiro”.

Tan estresante como puede ser, por supuesto, no es una crisis para todos. Admiren a Helen Williams-Morris, madre de tres niños y trabajadora de una cafetería en una escuela en Memphis.

Ella dijo que todos sus hijos son bastante autosuficientes. Su hijo está en la universidad y su hija del medio, una estudiante de noveno grado llamada Camille, se ha encargado de su trabajo por su cuenta. Ella va a la secundaria Crosstown, una escuela autónoma que utiliza mucha tecnología en tiempos normales.

Williams-Morris también tiene una niña de seis años, Calyah, pero dijo que si la deja en la mesa del comedor, puede hacer un pastel de carne o un poco de sémola en su cocina, mientras la niña trabaja. Williams-Morris solo mira de vez en cuando para ayudar con cualquier pregunta y asegurarse de que Calyah no haya cambiado la pantalla a Minecraft.

“Pero no diría que esto es fácil para mí”, dijo Williams-Morris. “Me gusta hablar con otros adultos”.

Kim Pinckney-Lewis, de Mechanicsburg, Pennsylvania, también parece estar bien preparada.

Kim Pinckney-Lewis de Mechanicsburg, Pennsylvania, coloca el horario de su hijo, cada mañana, codificado por colores.

Pinckney-Lewis, quien fue maestra, cada mañana le da un horario con colores a su hijo, Gavin, un niño de primer grado con necesidades especiales. El rojo es inglés, el naranja es matemáticas y en azul están sus recesos. Ella mira primero sus lecciones en video para estar segura de que no son muy largas y hace notas sobre cuándo terminarlas, si es necesario.

Y a pesar de sus antecedentes en la educación, dijo, “siento completa y total ansiedad”.

“Algunos días”, dijo, “estoy tan cansada a las cuatro de la tarde que aunque sería muy bueno para nosotros jugar, simplemente me voy a recostar en el sofá”.

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