El café alcanza su precio más alto en 50 años, pero los productores no lo celebran
El cambio climático está detrás de las ganancias inesperadas del café, y a los cultivadores les preocupa si podrán adaptarse.
SEATTLE – Deberían ser tiempos maravillosos en la Finca El Puente, una plantación de café en las montañas del suroeste de Honduras. En los mercados mundiales, el precio del café ordinario se ha más que duplicado en el último año. Las variedades especiales de café cosechadas en la finca llevan mucho tiempo cobrando una prima considerable, lo que refleja su condición de fuente de brebajes aromáticos que se saborean como un buen vino desde Seattle hasta Seúl. Una tarde reciente, un comprador de Malasia estaba de visita para probar las últimas ofertas.
Sin embargo, los propietarios de la plantación —Marysabel Caballero, caficultora de cuarta generación, y su marido, Moisés Herrera— están cada vez más preocupados. Los costos de producción se han disparado. Deben pagar salarios extra para atraer a los escasos trabajadores; el fertilizante se ha encarecido. Las lluvias inoportunas y las temperaturas volátiles han devastado sus cultivos. Incluso tras el aumento de los precios, es probable que este año ganen menos que el anterior.
Ellos le dan vueltas a la posibilidad de que los altos precios lleven a algunos consumidores de café a limitar su consumo, sustituyéndolo por productos más baratos como refrescos y bebidas energéticas para satisfacer parte de su ansia de cafeína.
Cuanto más contemplan el futuro, mayor es su preocupación. Más que nada, les preocupa lo que está impulsando los precios al alza: el cambio climático, que ha disminuido la oferta de café en todo el planeta por el aumento de las temperaturas, las sequías y las lluvias excesivas, más recientemente en Brasil y Vietnam, los dos mayores productores de café del mundo.
Esto es lo que genera ansiedad en las plantaciones de café de todo el planeta. Quien hoy se beneficia de la subida de los precios, mañana puede ser destruido por la próxima calamidad.
La cosecha de la Finca El Puente se vio dañada por una ola de frío en diciembre y enero, seguida de lluvias tardías que disuadieron a sus trabajadores de aventurarse a las plantaciones para recoger frutos maduros. Por ello, ven los precios récord no tanto como una ganancia inesperada, sino como una manifestación de los problemas que se avecinan.
“Para nosotros, producir café es nuestra vida”, dijo Herrera, de 58 años, mientras los trabajadores levantaban sacos de unos 45 kilos de granos de café recién cosechados y los apilaban en montones en su molino para procesarlos. “Muchos productores están empezando a perder la esperanza”.
Algunos ven el café más caro como un correctivo a un sistema internacional que durante mucho tiempo ha pagado mal a los productores, y que tiene el potencial de rectificar generaciones de injusticia y destrucción medioambiental.
“Los antiguos métodos de producción han mermado la salud y la fertilidad del suelo, y no permiten resistir el cambio climático”, dijo Amanda Archila, directora ejecutiva de Fairtrade America, una organización sin fines de lucro con sede en Washington que establece normas medioambientales y sociales para los productores de café, certifica a los que las cumplen y los conecta con los mercados mundiales a precios mínimos garantizados. “A precios más altos es adonde tenemos que ir, precios que permitan a estos agricultores invertir en el futuro del café”.
El 60 por ciento del café mundial lo producen unos 12,5 millones de personas que trabajan en plantaciones de poco más de 20 hectáreas —y la mayoría mucho más pequeñas—, según World Coffee Research, organización sin fines de lucro que promueve prácticas agrícolas sostenibles. Alrededor del 44 por ciento de estos llamados pequeños agricultores viven por debajo del umbral de pobreza establecido por el Banco Mundial.
Si los agricultores ganan más, la idea es que pueden cambiar a variedades de café resistentes al aumento de las temperaturas y a la variabilidad de las precipitaciones. Podrán plantar árboles de sombra para proteger sus suelos.
Así, estarán mejor posicionados para resistir las salvajes oscilaciones de los precios que durante siglos han regido los mercados internacionales de materias primas, gestionando sus plantaciones a largo plazo.
Del mismo modo que la pandemia perturbó el comercio mundial, provocando el escrutinio de las cadenas de suministro de artículos cruciales como los productos farmacéuticos y los chips informáticos, los elevados precios del café han agudizado la atención sobre las condiciones que determinan su producción.
La cuestión es si esta renovada atención se traducirá en un cambio.
Caos en el mercado
La historia del café es, en gran medida, la historia de la explotación para aumentar la oferta y bajar los precios.
Los imperios coloniales establecieron plantaciones en Asia y Sudamérica para satisfacer la demanda de Europa y Norteamérica. Esclavizaron a trabajadores africanos y arrebataron tierras a las comunidades indígenas. Destrozaron los bosques para despejar el terreno y plantar más árboles de café. La miseria humana y la devastación medioambiental demostraron el costo de convertir el café de un bien de lujo en un producto básico.
Incluso en los tiempos modernos, la empresa ha girado en gran medida en torno a la escala y la abundancia. El café cosechado y procesado en granos verdes desde Colombia a Kenia se ha enviado a tostadores boutique y a vastos conglomerados agroindustriales de los países más ricos. Es una cadena que conecta a trabajadores que ganan tan solo 2 dólares al día en América Latina, Asia y África con personas que pagan más del doble por un capuchino en Copenhague, Dubai y Boston.
Tradicionalmente, la mayor parte de las ganancias las han obtenido los grandes tostadores de café. Sus ganancias han crecido junto con el precio de los granos de café, a pesar de que muchos cultivadores no han conseguido hacerse con una parte de la cosecha extra.
JM Smucker Company, cuyas marcas incluyen Folgers y Cafe Bustelo, vio aumentar sus ventas estadounidenses al por menor de café un 3 por ciento entre agosto y octubre, con un margen de ganancia superior al 28 por ciento. Los directivos de la empresa dijeron a los analistas bursátiles que habían conseguido traspasar a los clientes los costos adicionales de sus granos. (El precio medio de venta al por menor de café tostado molido ha aumentado un 15 por ciento en las ciudades estadounidenses en el último año, superando los 7 dólares por casi medio kilo, según datos federales, y los expertos prevén ampliamente que se producirán mayores aumentos).
“El café, como todos sabemos, es una categoría de traspaso”, dijo el director ejecutivo de la empresa, Mark Smucker, lo que significa que estos costos adicionales pueden repercutirse fácilmente en los consumidores sin perder ventas, normalmente porque un producto se considera esencial. “Estamos muy satisfechos con nuestros resultados del trimestre, a pesar de que seguimos observando una inflación significativa”.
Los acontecimientos de los últimos años han puesto de manifiesto las vulnerabilidades del sistema, al tiempo que han introducido otras nuevas. Las sequías de Brasil y Vietnam, combinadas con las interrupciones del transporte marítimo internacional, han hecho que los granos de café escaseen.
Los cambios en la normativa también han aumentado la incertidumbre. Una nueva ley europea destinada a limitar la deforestación ha obligado a los productores de muchas materias primas —incluido el café— a demostrar que no talan árboles, lo que añade burocracia e incertidumbre en el comercio.
Ante la perspectiva del caos, los productores de materias primas presionaron con éxito a la Unión Europea para que retrasara la ley hasta el año que viene. Algunos tostadores han hecho acopio de café antes de que la ley entre en vigor, lo que ha aumentado la demanda de granos de todo el mundo y ha hecho subir los precios.
Algunas plantaciones de Vietnam, especializadas en café robusta de calidad inferior, se han dedicado al durian, una fruta singularmente acre (algunos dicen que apesta), para aprovechar el aumento de la demanda en China. Esto también ha limitado la oferta de café, haciendo subir los precios. Como los precios del robusta han subido, los tostadores que tradicionalmente compraban cafés más baratos se han decantado por variedades de arábica de mayor calidad, haciendo subir esos precios.
Las dificultades de los actores financieros clave en el comercio del café también han generado un círculo vicioso de subida de precios.
En todo el mundo, los comerciantes que compran granos de café a los agricultores y los exportan a los tostadores suelen cerrar su suministro con meses e incluso años de antelación mediante los llamados contratos de futuros. Si el precio mundial baja, pueden recibir de sus clientes una cantidad inferior a la que están obligados a pagar a los agricultores por los granos de café. Para protegerse, compran las llamadas posiciones cortas en los mercados de futuros, es decir, apuestas a que los precios bajarán. Si los precios bajan, las ganancias de estas posiciones cortas compensan parte de las pérdidas de sus ventas.
Pero en los últimos meses, el precio del café ha subido tanto que las posiciones cortas se han convertido en grandes perdedoras. Los intermediarios financieros que gestionan estas operaciones han exigido a los exportadores que entreguen más dinero para compensar sus pérdidas: un ajuste de márgenes, en lenguaje financiero.
Desde Brasil hasta Nicaragua, los ajustes de márgenes han llevado a algunos exportadores a la quiebra. Incluso los que sobreviven tienden ahora a proteger celosamente su efectivo, limitando sus compras de café. Eso ha disminuido la oferta disponible de granos para los tostadores, empujando los precios al alza y provocando más peticiones de márgenes.
“Se trata de un gran problema para la mayoría de los exportadores del mundo”, dijo Luiz Paulo Pereira, fundador y director ejecutivo de CarmoCoffees, un exportador de Brasil.
“Ante la amenaza perpetua de que las empresas financieras exijan más dinero para cubrir sus posiciones cortas, él y otros comerciantes se aferran al efectivo que tienen”.
Eso los hace reacios a comprar café. En lugar de sus habituales acuerdos a largo plazo, están intermediando en transacciones solo cuando un agricultor tiene granos inmediatamente listos para la venta a un tostador dispuesto a comprarlos sin demora. Así evitan inmovilizar su efectivo mientras esperan a cobrar. Pero hace que el café sea aun más escaso, lo que eleva los precios. Y muchas plantaciones retienen sus cosechas a la espera de que los precios suban aun más: una profecía que se autocumple.
“El precio alto es como una linterna en la oscuridad”, dijo Vern Long, director ejecutivo de World Coffee Research. “‘Miren, amigos, tenemos un problema’. ¿Cómo utilizamos esto para asegurarnos de que los agricultores tengan una producción estable y sostenible?”.
¿Un modelo sostenible?
Durante las dos últimas décadas, Sergio Romero ha dado forma a una respuesta a esa pregunta.
Agricultor de café de cuarta generación en la ciudad de Corquín, Honduras, había visto la devastación que el cambio climático había causado en las plantaciones circundantes. Los cafetos estaban expuestos al sol. El aumento de las temperaturas estresaba a las plantas y disminuía el rendimiento. Las lluvias torrenciales eliminaban los nutrientes y agotaban los suelos.
Romero, ingeniero agrónomo de formación, empezó a estudiar cómo proteger su propio cultivo de los elementos. Propuso añadir un dosel de árboles altos, como pinos y caobas, para dar sombra a su café. Eso mantendría la humedad en el suelo y preservaría la salud de las raíces, permitiéndoles absorber más agua y nutrientes. Hizo planes para intercalar árboles frutales —mangos, naranjas, limones y plátanos— diversificando su cosecha y añadiendo raíces adicionales para preservar el suelo.
En 2009, Romero convenció a su mujer, a sus padres y a su hermano para que unieran sus tierras, convirtiendo sus más de 56 hectáreas en una plantación colectiva que se dedicaría a este nuevo modo de funcionamiento, con la sostenibilidad como objetivo principal.
Romero organizó a otras dos decenas de plantaciones en una cooperativa llamada Cafico. Los miembros podían compartir técnicas y gestionar un vivero para producir variedades adecuadas de plantas de café y árboles de sombra. Financiaron la construcción de un molino para secar y procesar su cosecha y venderla. Evitaron los fertilizantes y pesticidas químicos, dedicándose a la producción orgánica.
Su propuesta encontró resistencia inicial por parte de los miembros potenciales, dada la aritmética: 20 por ciento más de costos de plantación y un 25 por ciento menos de rendimiento del café. Pero los árboles durarían el doble, quizá un cuarto de siglo. Y el café sería de mayor calidad.
“Todo el mundo decía que estábamos locos”, dijo Romero, de 45 años. “Ahora están copiando el modelo”.
Cafico siguió adelante con la idea de Romero. Más tarde, se unió a Fairtrade, obteniendo el derecho a incluir el logotipo del organismo de certificación en sus bolsas de granos de café, un útil marcador de aceptabilidad social, especialmente en Europa, y fuente de mayores beneficios.
“Es el sello que nos garantiza un precio justo”, dijo Romero.
Según el modelo de Fairtrade, las ventas de la cooperativa incluyen el pago de una prima en reconocimiento de los salarios más altos que paga a sus trabajadores y de las prácticas agrícolas sostenibles que emplea. Globalmente, dichas primas alcanzaron unos 64 millones de dólares en 2023.
Cafico ha financiado proyectos comunitarios, como la renovación de una escuela local y una clínica, centrada en la salud maternoinfantil, con una sala de urgencias 24 horas, una rareza en las zonas rurales de Centroamérica.
Una mañana reciente, Romero estaba de pie en una ladera bañada por el sol, mirando hileras de cafetos de gruesas hojas verdes, con las ramas rebosantes de frutos. Las cerezas, como se las conoce, contienen los granos.
Señaló hacia el suelo, a una capa de material que cubría la tierra, las cáscaras secas de las cerezas. Antes, el molino extraía los granos y luego desechaba las cáscaras en un río cercano, contaminando el suministro local de agua potable de algunos. Ahora la cooperativa las convierte en compost y lo distribuye gratuitamente a las granjas asociadas.
“Es como una esponja que retiene el agua”, dijo Romero.
Sacó su teléfono y chequeó el precio de los futuros del café en la bolsa de materias primas de Nueva York. Ese día había subido más del 16 por ciento, casi 4 dólares el medio kilo. Parecía atónito.
Cafico produce café especial que se vende con un considerable margen sobre el precio de mercado. La cooperativa iba camino de aumentar sus beneficios al menos un 25 por ciento este año, dijo Romero.
Pero, ¿qué significaba la subida de los precios para la misión de hacer el café más sostenible? Si los agricultores con escaso capital podían seguir con sus prácticas tradicionales y vender a precios impensables, ¿dónde estaba el incentivo para que plantaran sus propios árboles de sombra y limitaran el rendimiento?
Romero desestimó tales preocupaciones. Cafico tenía 80 nuevas solicitudes de adhesión.
Sin embargo, a medida que los exportadores se apresuran a conseguir granos, ponen a prueba los vínculos de la estructura cooperativa.
En su granja cercana a Corquín, Esperanza Torres Melgar, de 59 años, se ha acostumbrado a que los comerciantes se presenten y le ofrezcan dinero inmediato por sus granos recién cosechados, en lugar de tener que esperar a que los procese otra cooperativa certificada por Fairtrade, Proexo.
Dijo que siempre declinaba la oferta.
Pero otros agricultores están cediendo a la tentación del dinero en mano sin demora, vendiendo discretamente fuera de la estructura cooperativa.
Solo alrededor de un tercio del café cosechado por las cooperativas certificadas por Fairtrade se vende en condiciones de comercio justo, con la prima aplicable. El resto cambia de manos a precios ordinarios. Incluso en los países más ricos, quienes están dispuestos a pagar más por un café cuya producción aparentemente no se realiza a expensas de los bosques o de los trabajadores vulnerables son muy superiores en número a quienes solo quieren un precio mejor.
Fairtrade dedica gran parte de su tiempo a intentar que sus productos lleguen a las estanterías de más tiendas. Pero el aumento del precio del café hace que este sea más difícil de vender. Entre esto y el infinito hay un punto en el que incluso los bebedores de café más preocupados —los ecologistas más acérrimos y los más sensibles a las condiciones de trabajo en las plantaciones— pueden resistirse a tener que pagar más por el sello oficial de la naturaleza saludable de su consumo.
‘Solo Dios lo sabe’
De una forma directa, la subida de los precios del café está resultando, al menos, beneficiosa: poniendo más dinero en manos de las personas que se dedican a producirlo.
Nicolás Perez Perez, de 45 años y padre de cinco hijos, lleva recogiendo café desde que tenía 10 años. Una mañana reciente, se apoyaba en un tronco de café de una finca de Proexo, utilizando sus curtidos dedos para separar las cerezas de las ramas y depositarlas en un cubo de plástico.
Trabajador migrante, Perez vive a cinco horas de distancia. Dormía en un bloque de dormitorios durante la temporada de cosecha y ganaba 60 lempiras hondureñas (unos 2,34 dólares) por galón, un 20 por ciento más que el año pasado.
El dinero extra era bienvenido, pero no cambiaba los hechos básicos de su existencia. En casa, su familia come carne una vez a la semana.
“Nunca pasamos hambre, pero nunca avanzamos”, dijo. “No hay salida para nosotros. No hay camino hacia delante”.
Para quienes controlan la tierra, las mayores recompensas de los precios más altos vienen acompañadas de riesgos crecientes pero incalculables.
Josefina Lopez, de 57 años, posee una granja de unas dos hectáreas en un pueblo de las escarpadas tierras altas de la ciudad de Marcala. Utiliza una pequeña parte de su tierra para cultivar maíz y frijoles para su familia: ella y sus cuatro nietos. El resto está dedicado al café, y los árboles dan a un campo abierto y a una cresta irregular que forma la frontera con El Salvador.
Lopez recoge su propio café y vende los granos en sacos de unos 45 kilos a una cooperativa local que los transporta a un molino para su procesamiento. Desde que empezó a recoger su cosecha a mediados de noviembre, ha estado recibiendo 1080 lempiras hondureñas (unos 42 dólares) por saco, más del triple que en la cosecha anterior.
Pero el año pasado Lopez vendió 86 sacos. Este año, va camino de vender solo 26, debido al hongo conocido localmente como “la roya”, que lleva décadas devastando las plantaciones de Centroamérica. La plaga se ve favorecida por el cambio climático. Las lluvias irregulares y el aumento de las temperaturas han permitido que se extienda a zonas más elevadas, llegando incluso a fincas como la de Lopez, situada a más de 1800 metros sobre el nivel del mar.
Una mañana reciente, justo después de que el sol se filtrara por la cresta, ella y dos de sus nietos —que estaban de vacaciones escolares— inclinaron con las manos los esbeltos troncos de los cafetos hacia el suelo, poniendo a su alcance los frutos agrupados en la parte superior. Arrancaron los rojos y los depositaron en sacos de plástico. Dejaron madurar los verdes. Desechaban los marrones, los que estaban marchitos por el hongo.
En muchos árboles predominaban las marrones.
“Tenemos miedo de perderlo todo”, dijo Lopez.
Está ahorrando para comprar un retrete interior que sustituya a su letrina. Espera poder mantener a sus nietos en la escuela hasta la universidad, pero no cuenta con ello.
Ha pensado en ampliar su plantación para aprovechar los altos precios. Pero un cafeto recién plantado tarda tres años en dar su primera cosecha. No confía en que los precios se mantengan. Las condiciones que determinan sus ingresos están rodeadas de misterio.
“Los precios vienen de fuera”, dijo. “Siempre espero que los precios sean más altos, pero solo Dios lo sabe”.
En la Finca El Puente han alcanzado el éxito internacional. Su preciado café se vende en tiendas de alta gama de todo el mundo, como Intelligentsia y Stumptown en Estados Unidos. Sin embargo, ahora están considerando una posibilidad antes impensable: reducir su superficie.
Tantos habitantes de la zona se han dirigido al norte, hacia Estados Unidos, en busca de trabajo, que tienen dificultades para contratar a los trabajadores necesarios, incluso con salarios muy superiores. En respuesta, han mecanizado gran parte de su molino. Pero no hay maquinaria que aguante los embates del frío y el calor feroces.
”Este es el peor año”, dijo Caballero, consciente de lo extraño de tal afirmación en una época de precios récord.
Ella y su marido aprecian la vida que pasan al aire libre, fuera del alcance de internet y sus frenéticas aplicaciones.
Incluso dentro del molino, bajo los gigantescos tambores de acero que giran lentamente secando los granos, se detienen para oler la fragancia dulce y ahumada que impregna la fábrica.
“Nos encanta el café”, dijo Caballero. “Siempre hemos pensado que vamos a morir cultivando café. Así somos felices”.
Pero ya no están seguros de que dure.
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