«Estaba seguro que iba a morir»: La increíble historia de sobrevivencia del indocumentado mexicano que compite en el PGA Tour

El golfista José de Jesús «Camarón» Rodríguez se crió en la pobreza y con solo quince años decidió cruzar la frontera a Estados Unidos.

IRAPUATO – José de Jesús Rodríguez creció junto a sus siete hermanos en una casa pequeña de un solo cuarto, con piso de tierra y sin baño en Irapuato, México. Apenas había para comer y todos dormían apretujados, hombro con hombro. Un día, cuando tenía 15 años, escuchó a sus padres llorar porque ya no lo iban a poder mandar a la escuela. Entonces, se decidió. Cruzaría la frontera hacia Estados Unidos.

Como si fuera el protagonista de esas películas que tanto gustan en Hollywood, hoy Rodríguez es un golfista destacado. Ha ganado en el Korn Ferry, en el PGA Tour de Latinoamérica y también en el de Canadá. En 2019, alcanzó el máximo circuito y compite contra los mejores del mundo. La quimera de la juventud se convirtió en realidad.

«La fuerza de voluntad nace de cuando eres un chavo y ves gente que lo tiene todo y tú no tienes nada. Pues entonces me dije que Dios me daría la licencia para ser una persona de bien y poder tener algo. Ese pensamiento me esforzó para salir adelante y alcanzar un sueño, nunca dejarlo trunco y pelear por él», dijo en entrevista.

Empezó trabajando a los cinco años recogiendo maíz y luego pasó a buscar las pelotas de golf que caían en los terrenos aledaños al Club Santa Margarita. Ya con 12 años hacía de caddie, aunque apenas se podía los palos. Todos lo conocían como «Camarón», porque sus mejillas enrojecían cuando se acaloraba.

Allí comenzó a desarrollar su gusto por el deporte. Su primer palo lo construyó con una barra de hierro de la construcción y con un neumático de bicicleta. Sin embargo, era una distracción que solo se podía permitir de vez en cuando. Tenía que trabajar y trabajar.

Sin embargo, el panorama no mejoraba. Siendo adolescente se estaba quedando sin educación y tampoco le alcanzaba el dinero para ayudar en la casa. En ese momento, y como muchos mexicanos agobiados por la pobreza, miró hacia el norte.

«Estaba dispuesto a arriesgarlo todo», afirma. Partió con otras cuatro personas, sin un plan y con muy poco dinero. Durante tres meses, realizó caminatas de largas horas bajo el sol quemante del desierto de Sonora, tratándole de hacerle el quite a la muerte y a los bandidos que los querían asaltar. A esas alturas estaba «bastante seguro de que iba a morir». Sus intentos por cruzar eran frustrados una y otra vez por la Patrulla Fronteriza de los Estados Unidos.

Una mañana en que se celebraba el día de Acción de Gracias, alguien le sopló que habría poco personal de guardia y aprovechó. Caminó hasta que oscureció y quedó de cara a las ennegrecidas aguas del Río Bravo. No sabía nadar, así que trepó por la orilla. «Si me resbalo, me muero», pensaba.

Tras sortear el río, corrió por horas hasta que llegó a una zanja profunda al lado de la carretera. Se quitó la única ropa que llevaba para poderla secar y trató de dormir.

Se juntó con otros mexicanos para ir a trabajar a Arizona, pero una distracción lo hizo alejarse del grupo. Mientras caminaba nervioso pensando qué hacer, vio que un cliente olvidó un artículo en un local de teléfonos y corrió para dárselo. Resultó que ese hombre hablaba español y gracias a un conocido le consiguió un puesto en el equipo de mantenimiento del Stonebridge Meadows Golf Club. «Lloré cuando me dieron mi primer cheque de 380 dólares. Yo estaba acostumbrado a no tener nada. Para mi familia, ese dinero significaba que tendrían para comer. Me sentí orgulloso de enviarlo», relata.

En EE.UU. tampoco había tiempo para jugar. Su vida era deslomarse trabajando, seis o siete días a la semana y vivir apenas con lo indispensable. Pese a todo, estaba contento.

Sin embargo, esa relativa tranquilidad que lo envolvía se comenzó a trizar cuando el club redujo personal en 2004. Siendo indocumentado, siguió dos años desempeñándose como obrero o cosechando trigo. En 2006 no le quedó otra que volver a Irapuato.

En su ciudad natal volvió a trabajar en el Club Santa Margarita. Por ser el nuevo, lo mandaron a ser caddie del empresario farmacéutico Alfonso Vallejo Esquivel, famoso por no dar ni un peso de propina. Contra todo pronóstico, Vallejo Esquivel le agarró cariño, le pagó una membresía en el club para que pudiera jugar y le dio dinero para que empezara a competir en el circuito mexicano.

El «Camarón» entrenaba hasta que no se podía los huesos. Arrasó en el tour local, consiguió cuatro títulos en el PGA Tour Latinoamérica, dos en el PGA Tour Canadá y el Korn Ferry Tour en 2018, lo que le permitió dar el salto a la élite. Pero había que solucionar un nuevo problema. ¿Cómo iba a entrar a Estados Unidos? Las autoridades de la gira canadiense, impresionadas con su juego, lo ayudaron a regularizar su situación.

«Pienso que entre todos los jugadores hay una admiración general por lo que José ha sido capaz de alcanzar. Sus antecedentes son algo que muy pocos golfistas profesionales, o ninguno, pueden comprender. Alcanzar el éxito que él ha tenido es sorprendente», expresó su colega Maverick McNealy.

Estando en el apogeo, llegaría un nuevo golpe. Su mecenas murió en extrañas circunstancias: un intento de robo en el que los ladrones no se llevaron nada. A ese trágico incidente se sumó el fallecimiento de su padre. Una honda depresión lo afectó y estuvo a punto de dejarlo todo.

Ahí apareció su familia para recordarle que era un luchador y que no iba a pelear solo. José de Jesús Rodríguez, de 39 años, tiene la misma ambición que el muchacho de 15 que cruzó la frontera y sueña con el Masters de Augusta. A su improbable historia todavía le quedan capítulos, pero le gusta mirar atrás y recordar vivencias pasadas. Tiene un lema: «querer es poder».

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