Funerales mínimos o en línea para despedir a los muertos por la covid-19 en Sudamérica

Bomberos de Guayaquil entregan a la hija de Luis Paez el casco de su padre, fallecido de covid-19, al igual que su madre, en esta ciudad ecuatoriana.

La pandemia modifica los rituales funerarios en todo el continente, incluso para los que fallecen por otras causas.

BOGOTÁ – Asépticos y sin largas visitas para compartir abrazos o palabras de aliento, algún licor o un chiste, los funerales en medio de la covid-19 se han convertido en trámites de pocas horas sin duelo o se han reemplazado por una versión digital. Ante la rápida propagación de un virus que en América Latina ha causado ya más de 170.000 muertes, los países han tomado medidas para reducir al mínimo los servicios funerarios y evitar que se conviertan en focos de contagio, aunque a quienes acaban de perder un ser querido les cuesta acatar las nuevas reglas.

En Colombia se han confirmado a la fecha 8.269 muertos por la covid-19, la mayoría concentrados en Bogotá y Barranquilla. Ambas ciudades ya dispusieron contenedores refrigerantes por si colapsan las morgues. La norma indica que una vez se confirma o se sospecha el deceso por coronavirus y se notifica al familiar, el cuerpo es recogido por la funeraria y llevado al cementerio. Los pocos familiares permitidos van en un carro detrás del coche fúnebre, pero sin despedidas adicionales; el cuerpo va directamente al horno crematorio. “El duelo en esta pandemia empieza desde que las personas entran a las UCI, se hace en vida, por eso es más fuerte. El cementerio tiene ya esa antesala”, afirma Salvador Coronado, arquitecto que trabaja sobre patrimonio cultural del cementerio El Universal de Barranquilla.

En la costa caribeña del país, en el municipio de Malambo, una familia decidió saltarse los protocolos de bioseguridad y en el cementerio abrió el ataúd. “Al que le dé miedo que se vaya”, gritó uno de los deudos que luego rompió las dos bolsas selladas para los pacientes confirmados o sospechosos de haber fallecido por coronavirus. Luego se echó alcohol en las manos. “No hay que verlo como un asunto de morbo; para estas personas no es un muerto más, era su madre, su familiar y en este caso querían verificar si era él”, explica Diego Bernal, profesor de historia de la Universidad Pontificia Bolivariana y secretario de la Red Iberoamericana de Cementerios. “Cuando no puedes ver al muerto el duelo se hace más complejo. Vamos a necesitar una metodología que llegue a un punto medio entre la salud pública y el derecho de las familias a despedir a sus muertos”, agrega.

“Nunca pasó algo así”, admite el tanatólogo argentino Ricardo Péculo. “Las familias sufren mucho porque el no despedirte es una historia”. En Buenos Aires y su área metropolitana, donde se concentran más del 90% de las 2.893 víctimas mortales por la covid-19 en Argentina, también están prohibidos los velatorios. “Del lugar de fallecimiento se pasa directo al cementerio”, detalla Péculo. Hay sectores especiales en los grandes camposantos de la capital para enterrar a los muertos por coronavirus y también horarios restringidos para el traslado de los cuerpos.

En el resto del país, aun donde no hay circulación comunitaria, las ceremonias de despedida se limitan a un máximo de entre 10 y 20 personas, según la provincia, y pueden extenderse solo una o dos horas y no toda la noche, como es la costumbre. “La familia tiene que dar una lista de los nombres. Se les toma la temperatura y se les deja pasar. Pero y si viene un primo, un amigo, ¿cómo se le dice que no puede entrar? Es un gran problema para las familias”, admite Péculo.

Los trabajadores del cementerio entierran a tres víctimas de coronavirus en el cementerio de Vila Formosa, en Sao Paulo, Brasil.
Los trabajadores del cementerio entierran a tres víctimas de coronavirus en el cementerio de Vila Formosa, en Sao Paulo, Brasil.

Brasil es el país latinoamericano más afectado por la pandemia: más de 2,6 millones de personas han contraído el virus SARS-CoV-2 y 86.496 han fallecido. Los velorios, que solían ser numerosos y extenderse durante horas, también se han visto reducidos en tiempo y participación, informa Marina Rossi. Como alternativa, han crecido las ceremonias online, ofrecidas ya por la mitad de los cementerios, según el Sindicato de Cementerios y Crematorios Particulares de Brasil (Sincep). “Lo monto todo aquí mismo. El comedor de casa se ha convertido en una iglesia”, dice el padre Bianor Francisco de Lima Júnior, al hablar sobre las ceremonias en línea que organiza el cementerio Morada da Paz, en Natal.

La tecnología también asume un papel importante en Chile, donde muchos cementerios ofrecen la reproducción en línea del entierro para suplir la presencia de familiares y amigos. Con 9.020 fallecidos por la covid-19, el protocolo vigente establece que el proceso del funeral –el velorio, la ceremonia y el entierro– no puede exceder los 90 minutos y que solo pueden asistir un máximo de 20 personas. Los velorios en las casas están prohibidos y se recomienda no utilizar decoración como velas, fotografías o flores, para evitar las cadenas de contagio. Los asistentes deben guardar un mínimo de un metro de distancia y, en el caso de las inhumaciones, los ataúdes deben estar debidamente sellados.

La arqueóloga Antonia Benavente, académica de Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, explica que, en el contexto de pandemia, los rituales que acompañan a la muerte resultan “amenazados por una completa desarticulación”. “Nos olvidamos del aspecto mundano que rodea al ritual mortuorio. Es como si todos los bienes que la persona mantuvo en vida —casa, profesión, emblemas, ideologías, religiosidad, status social, económico— ya no se trasladan al ámbito de los muertos”, explica la académica.

Personal sanitario arroja desinfectante en un cadáver encontrado en la calle en Cochabamba, Bolivia, el 25 de julio de 2020.
Personal sanitario arroja desinfectante en un cadáver encontrado en la calle en Cochabamba, Bolivia, el 25 de julio de 2020.

Muertos sin identificar

La crisis sanitaria que trastocó las rutinas de todo el mundo evolucionó enEcuador a una crisis mortuoria. En Guayaquil, entre marzo y abril hubo cerca de 13.000 muertos, pero en ese momento no había cifras sino cientos de testimonios de familias que no podían llorar a sus parientes. Para hacerlo tenían que conseguir que alguna autoridad retirase el cadáver de su casa o de la calle.

La emergencia convirtió a los militares en sepultureros y a las morgues de los hospitales en almacenes desordenados y hasta con fallos de refrigeración. La alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, habilitó dos terrenos con 12.000 tumbas para enterrar a las víctimas de la covid-19. Dada la cantidad de cuerpos, se habló primero de una fosa común, pero el Gobierno tuvo que salir a aclarar después que los fallecidos descansarían en un terreno individual y “con dignidad”, aunque nadie pudiera ir a despedirlos ni visitarlos hasta meses después. El Estado tiene aún una cuenta pendiente con casi un centenar de familias, a quienes no ha entregado el cadáver de su familiar por no haber podido identificarlo.

El desborde es visible en Bolivia. Oficialmente, el país tiene 2.893 fallecidos por la covid-19, pero hay indicios de que son muchos más. Según fuentes policiales, en los últimos cinco días han sido recogidos 420 cadáveres en calles, domicilios y automóviles; de ellos, entre el 80% y el 90% eran sospechosos de tener la enfermedad.

Los sistemas funerarios de las principales ciudades del país están colapsados y los hornos crematorios, sobrecargados. Faltan ataúdes y lugares para velar los cuerpos, así que deben permanecer en los que fueron sus hogares por varios días, mientras las autoridades habilitan cementerios especiales y reciben críticas por la falta de insumos de bioseguridad.

La pandemia no solo ha cambiado los rituales para los muertos por coronavirus, sino también los de aquellos que mueren por otras causas. En el caribe colombiano ya se dejaron de escuchar a las plañideras, mujeres contratadas para llorar; los rezos y las serenatas. Tampoco se puede visitar a los muertos de otras épocas. “Colombia es un país dicharachero, que reúne muchas culturas. Somos cariñosos en vida y también en la muerte, es complicado cambiar el chip de nuestra relación con los rituales”, explica Ximena Parsons, secretaria de la red colombiana de patrimonio funerario y profesora de la Universidad Distrital de Bogotá.

En Brasil, pueblos indígenas como los de la aldea Ipatse ―una de las 109 que acomodan al menos a 16 etnias en el Xingú― ni siquiera podrán concluir ahora los ritos fúnebres de los parientes que murieron el año pasado a causa de otras enfermedades, informa Beatriz Jucá. Allí, todos los años, los indígenas esperan el tiempo de sequía entre julio y agosto, cuando el agua del río se vuelve más cristalina y facilita la pesca, para rendirles el último homenaje a los líderes que perdieron la vida el año anterior. La fiesta de despedida ha quedado pospuesta esta vez hasta 2021.

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